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Dejé mi corazón en San Francisco

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Mi papá amaba la música. Siempre que lo recuerdo lo ubico en su piano, tocando sus canciones favoritas o poniendo su música, primero en aquel tocadiscos portátil que llevaba de un lado a otro, después en la consola familiar, luego en un equipo reproductor de CD y en su última etapa de vida en la tableta donde ponía youtube. Cuando era niña teníamos algunos discos, pero no tantos como él hubiera querido. Algunas veces, cuando le quedaban algunos pesitos de la quincena para él, íbamos a una tienda de discos del centro y recorría los pasillos buscando sus canciones favoritas con cantantes y músicos que yo desconocía. Llegábamos a casa y los ponía con emoción. Así conocí a Tony Bennett, a Frank Sinatra, a Nat King Cole, a Julie Andrews (de hecho fuimos a ver The Sound of the Music porque salía ella) y a "su novia" Ella Fitzgerald (como siempre la llamaba), entre otros. Cuando comencé a trabajar, me dediqué a complementar su "material discográfico". Solía encargarle en M

Cuidado, es la goma de abuelito

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Es extraño como cada uno en la familia ha trabajado la ausencia de mi papá a través de estos años. Mi mamá aún quiere que venga a abrazarla por las mañanas, tal como solía hacerlo durante los casi 51 años que durmieron juntos. A veces se enoja "¡Cáncer de pulmón! ¡Si nunca fumó! ¡Si él no tuvo ningún vicio!"  Así suele rebelarse, para luego sacar su foto y abrazarla mientras duerme "otro pistito" como solían ellos decirle a esa "dormidita extra" antes de levantarse. Mi hermano compartía con mi papá el gusto por la Historia. No me extrañó que tomara la decisión de estudiar una segunda licenciatura en esa disciplina después de que mi papá se fue. Cuando era niño y adolescente, muchas noches él y mi papá leían juntos pasajes históricos que solían complementar con visitas al centro de la ciudad y a museos. Yo en cambio, lo siento conmigo muchas veces, como cuando pongo una serie de "muertos" (como él les decía), esas donde se va develando el autor de

¡Qué necesidad de salir! Si aquí estamos juntos y contentos

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Mi papá no era fiestero. A él le gustaba la tranquilidad de su casa, su piano, sus libros y su sillón. Y esas preferencias se extendían en cumpleaños y por supuesto en Navidad y Año Nuevo. ¡Qué necesidad de salir! Si aquí estamos juntos y contentos, solía decir. Cuando niña solíamos tener una comida el día 24 con la familia de mi mamá que culminaba con mi papá al piano y yo cantando. Pasábamos desde los boleros, a uno que otro rock and roll y culminábamos con algunas navideñas como "Noche de Paz". A más tardar a las 8 de la noche ya se habían ido todos los invitados. Para las 9 de la noche ya estábamos solos mis papás y yo, la casa estaba escombrada, los trastes limpios y nosotros en pijama, listos para ver un rato la televisión juntos con una taza de ponche caliente. Eso mismo sucedía en Año Nuevo.  Una vez fuimos a una gran fiesta de Noche Buena a casa de su hermano Lalo, tenía yo 4 años. Mi papá no tomaba y sin gusto para las grandes celebraciones, no la pasó bien. Mi mamá

¡Ay hija! ¡Siempre fuiste bien loca!

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En mi niñez, tenía una gran obsesión ¡Mi papá! El pobre no sabía como deshacerse de mí. Lo seguía por todos lados. Entonces me decía "Hija, hay dos actividades que un hombre hace a solas, hacer del baño y cepillarse los dientes". Pero yo no entendía razones. No lo dejaba hacer ninguna de las 2 cosas en la intimidad ni en paz.  Me metía en el baño y el pobre sufría para sacarme. Así que empezó a idear estrategias para mantenerme afuera. Lo primero que intentó fue cerrar por dentro del baño, lo cual no funcionó porque aprendí a meter un pasador de cabello y botar el seguro. Ni sus gritos de "¡Gaby! ¡Quédate afuera! ¡No te metas!" eran suficientes para mantenerme alejada. Al final, después de probar muchas estrategias, consiguió una infalible, atoró la puerta con un trapeador que colocaba entre un escalón que tenía la regadera y la misma puerta. Así que aunque yo abría el seguro, no podía abrir la puerta.  Lloré y le supliqué que me dejara entrar. No conseguí que abri

Tenemos que ensayarla

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Mi papá siempre era muy crítico en cuestión de música, libros, cine y televisión. Debo confesar que hay cosas que todavía no las veo, ni las leo porque su opinión me influyó en algún momento, como "El Código Da Vinci" ("termina muy chafa" -el libro, la película nunca quiso verla-), "Gladiador" ("tiene errores históricos"), los libros de superación personal ("porque solo sirven para que se supere en $$ el autor"), entre otras. Pero en música, yo tenía mis propios gustos, aunque él me los criticara. Cuando niña, a veces llegaba a casa con una partitura que había comprado en el centro y en algunos casos, me hacía tan feliz porque coincidía totalmente con mis gustos. Así llegó a la casa la partitura de "Killing me Softly" de Roberta Flack. Yo la había escuchado en el radio (en estaciones que él no escuchaba y que muchas veces me criticaba) y sin saber inglés empecé a cantarla mientras él la tocaba en el piano. Esa canción se vol

Mi papá, mi catequista

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Durante la misa de cuerpo presente, el cura dijo que mi papá había guiado a sus hijos en el camino de la religión. Tenía razón, pero seguramente no como él se lo imaginaba. Recuerdo que a los 7 años me enviaron a clases de "catequismo". En mi primera clase me dijeron que el diablo suele "tentarnos" y que sentimos un pinchazo en el cuerpo cuando esto sucede. Cuando regresé a casa le conté a mi mamá, quien abrió los ojos y dijo "¡Qué tontera!¡No te vuelvo a enviar!". Esa noche habló con mi papá sobre el incidente. Él que se crió en un ambiente hiper religioso, le dijo que no se apurara, que se haría cargo de mi instrucción "mística". Y así fue como el siguiente sábado iniciamos las lecciones. Me acuerdo que buscó en los libreros el  "Atlas de la Biblia". Era un libro grande que traía unos mapas bien bonitos sobre los lugares en donde se llevaron a cabo eventos importantes descritos en la Biblia. Y ahí comenzamos. Lo primero que venía

Ponte los rojos

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Cuando era niña no existían tantos diseños de ropa interior para hombre como hoy día, o tal vez mi papá (que era mi única referencia) era muy sobrio al respecto. Recuerdo solo las trusas blancas (sí, esas tipo "Trueno" que años después anunciaba Adame) y los boxers anti pasión con motivos muy discretos. Así que cuando un día curioseaba en el cajón de mi papá y encontré unos calzones rojos ¡¡¡me impacté!!! (Con los años he concluido que era un traje de baño, pero en ese tiempo no lo entendí y mi papá tampoco me sacó de mi error).   A partir de ese día, mi súplica cada vez que se iba a bañar era "¡Ponte los rojos!" porque aunque mi papá era recatado, nuestra cercanía era tanta que yo sabía lo que estaba usando siempre de los pies a la cabeza, al siempre estar pegada a él y ver la ropa que preparaba para meterse a bañar. Obviamente mi papá se negaba "no hija, soy sobrio" y se llevaba su ropa interior aburrida al baño. Como pasaban los días y mi súplica